Hacía unos días que nos habíamos mudado y me sentía muy sola en esa casa tan grande y silenciosa. Lo único que se oía era el crujir de la madera vieja bajo los pies al andar. Era uno de esos caserones antiguos en los que rechinaban hasta las paredes. Era de noche, la nieve caía ferozmente fuera en la calle. Yo miraba fuera con melancolía, no había nadie en ellas y todo era triste. Las calles estaban teñidas de gris, verdaderamente era un autentico día de invierno. Los copos de nieve que caían se iban acumulando en las esquinas. Iba a dejar de mirar por la ventana, en realidad me encontraba un poco cansada de tanto colocar los cacharros en las estanterías aunque al menos había conseguido tener el cuarto listo y también un montón de cajas por el medio, de golpe me di cuenta que había una persona caminado por la calle. Me asomé mejor para saber de quién se trataba. Era un chico moreno, alto y de tez oscura que caminaba con la cabeza gacha impidiendo a duras penas que el viento le llegara a la cara. Parecía ir bien abrigado, pero fuera el ambiente era helado. Caminaba con urgencia por lo que deduje que tenía prisa por llegar, lo que no entendí fue que se agachara de repente en busca de algo. Apoyó las rodillas en el suelo escarchado y seguidamente las manos a ambos lados. Jadeaba, su respiración era rápida, y parecía una locomotora a toda marcha. De pronto se llevó la mano al estomago y en su cara se pudo ver una mueca de dolor. Ese muchacho estaba enfermo.
Corrí al armario y saque mi chal y me lo puse en un santiamén, cogí una manta que había en la parte superior del viejo armario y salí de la habitación. Al salir me encontré con alguno de los criados que deambulaban por la casa haciendo alguna tarea, aunque en realidad no era demasiado tarde. Baje las escaleras como alma que lleva el diablo hasta llegar a la puerta principal, una enorme puerta que podría llegar a los tres metros de altura. Me costó abrir la puerta, pesaba bastante, pero lo conseguí. Salí y fui dónde el chico, este yacía sobre el hielo formado en la acera. Le puse la mano en la frente y a pesar del frío de mi mano, noté como le ardía la cabeza, tenía fiebre. Le eche la manta por encima e intente levantarle, pero no pude más que levantar su brazo. Unas cuantas personas del servicio que se habían acercado a la puerta al ver mi repentina salida vinieron corriendo al ver que no podía y entre todos entramos al joven enfermo. Le llevamos a la habitación de invitados. A una de las mujeres que se encontraban allí la mande a por unas toallitas húmedas para podérselas poner en la frente e intentar bajarle la fiebre. El mayordomo fue a llamar al médico que apareció una hora más tarde por culpa del temporal. Le recomendó unas medicinas y nos dio instrucciones de mantenerlo en reposo y vigilar de que no hiciera muchos esfuerzos, pero sin dar un diagnostico claro sobre su salud.
El médico iba a salir, se estaba poniendo la gabardina y el sombrero sobre el pijama, había salido demasiado deprisa de su casa el pobre hombre.
_ ¡DOCTOOOR!
_ ¿Que ocurre Raquel?- estaba cansado pero aun así aguantaba las preguntas de una niña caprichosa.
_El chico al que atendió… ¿Quién es?
_No lo sé. No he podido sacarle ni una palabra. Estaba inconsciente y deliraba. No paraba de repetir:”deseo…deseo…deseo…” – después me miro con gesto pensativo-Raquel…no diré nada, pero es un callejero y esto la casa de unos duques…a tu padre no le haría gracia que él estuviera aquí.
_ ¿Y qué hubiera sido mejor? ¿Dejarle morir?... ¡ESTA ENFERMO! ¡NO PUEDO CREER QUE USTED, SIENDO MÉDICO, HUBIERA PENSADO, NI POR UN MOMENTO, DEJARLO TENDIDO EN LA CALLE MIENTRAS MORÍA!-mientras decía todo esto gritando no paraba de sollozar. El dinero era la respuesta, si él no tenía…no entraba, en cambio si estaba forrado…incluso lo cubrían de rosas.
El doctor se fue. No sin antes advertirme sobre el asunto económico…
Durante la noche dos de las criadas de la casa lo estuvieron cuidando, mientras que yo no paraba de repetirme lo estúpida que era al pensar que al día siguiente tendría que echar de la casa al muchacho enfermo. Pase la noche en vela esperando una respuesta que no llegaría. A la mañana siguiente, al levantarme, me vestí de prisa y salí disparada hacía la habitación que ocupaba el muchacho. Al entrar le encontré dormido. Su expresión era tranquila y relajada, la luz del sol entraba por las rendijas de la cortina cerrada dándole directamente en los ojos. Pero estaba demasiado cansado como para enterarse. Me agaché y me arrodillé en el suelo enfrente de su cama y me aupé un poco para poder contemplar su fino rostro. Me dieron ganas de acariciarlo y así lo hice, al tacto su piel era fina, comprobé la temperatura y todo parecía estar perfectamente. Él empezó a moverse, estirándose bajo las sabanas y a bostezar hasta que abrió los ojos. Primero me miro y luego se incorporo en la cama, parecía confundido.
_ ¿Dónde estoy?- la voz le sonó áspera y carraspeo al notar la garganta seca.
_ ¡Espera! Voy a por agua
Me levante y me dirigí a la cocina para buscar un vaso de agua fresca. Al salir me encontré con mis padres. “¡Maldición! Ya podrían haber llegado tarde…” Pero realmente tampoco importaba, no sospecharían. Ellos siempre estaban fuera y jamás habían reparado en mí. Ahora no iba a ser diferente. Mantuve un paso ligero hasta llegar a la habitación, me pare enfrente de la puerta miré hacia atrás, suspiré y al final entré. Me encontré al muchacho de pie junto a la ventana. Había corrido un poco las cortinas y observaba todo lo que ocurría fuera de la casa sin reparar en mí hasta que cerré la puerta. En ese momento se giró, sus ojos oscuros penetraron en los míos con una expresión de paz y serenidad.
_Hola- lo dijo con una sonrisa que podía haber derretido al más frío corazón.
_Hola
_Creo que no nos hemos presentado. Mi nombre es Carlos.
_El mío Raquel
_ ¿Cuántos años tienes, Raquel?
_Dieciséis ¿y tú?
_Diecinueve.
Pasamos así un rato hablando sentados en el borde de la cama. Empezamos a ver la diferencia entre nuestras familias y nuestros mundos, era totalmente distinto. Pero eso no nos importaba mucho porque era más importante la magia que crecía entre nosotros, era más poderosa que la amistad. Pero sólo era por mi parte, él…no sé que siente. Aunque en ese momento todo era tan espectacularmente mágico que no me importó en absoluto. Éramos dos completos desconocidos charlando como si fuéramos amigos de toda la vida. Lo único que deseaba en ese momento era que el tiempo se parara y estar de ese modo a su lado toda la eternidad. Pero como todas las cosas buenas…algún día acaban. El doctor jugó bien sus cartas y se aseguró su prestigio advirtiendo a mis padres de que tenían a un mendigo en casa, una semana después. Ellos, alterados por lo escandaloso de la noticia les comunicaron a los agentes de policía que vinieran en seguida y ellos como perritos falderos tras el dinero, obedecieron. Arrancaron a mi único amigo de mi lado de una manera del todo cruel. Lo acusaron de ladrón y otras infamias que no quise escuchar, sólo ver su rostro descompuesto por el dolor de las acusaciones y el trato me rompía en pedacitos el corazón. A pesar de ello intenté detenerlos, pero nada de lo que hice fue suficiente para que aquellos hombre entraran en razón y lo escucharan. Al llegar al coche patrulla, metieron al muchacho de un empujón. Al caer la tarde convencí a mis padres de que ese chico era totalmente inocente y me acompañaron al cuartel para pagar la fianza y soltarlo. Cuándo él salió de entre barrotes me miró asustado y esa mirada me conmovió de tal modo que me fue imposible no derramar lágrimas por la situación.
Pasó una semana antes de saber noticias de Carlos. Una noche, mientras yo estaba medio dormida en mi cama oí unos golpecitos en mi ventana. Me levanté insegura y temerosa de lo que me podía encontrar al otro lado del cristal, pero mi cara reflejó la sonrisa más sincera de mi vida. Era Carlos golpeando en mi ventana para llamar mi atención. Abrí la ventana que nos separaba, pero había otro problema…la altura. Mi cuarto estaba en un primer piso y no era exactamente un salto lo que necesitaba para alcanzar la repisa, así que mi cerebro empezó a maquinar rápidamente un plan para que él lograra subir y también bajar. Con las sábanas de mi cama hice una cuerda bastante resistente, tenia suerte que mi madre tuviera la manía de comprar las sábanas más suaves y resistentes del mercado aunque tuviera que pagar un precio altísimo por ellas. Después de atar las sábanas a una de las patas de la cama, lancé las sabanas por la ventana. Estas llegaron hasta el final cumpliendo su objetivo así que él no tuvo inconveniente en cogerla y empezar a trepar por el muro hasta que llegó a mi alcoba. Cuándo lo vi aparecer por la ventana me dio un vuelco el corazón, me palpitaba muy rápido. Como si un colibrí batería sus alas. Sus ojos brillaron a la luz de la luna al elevar la mirada y yo me quedé totalmente anonada por el bello paisaje que se alzaba ante mis ojos. Cuando estuvo dentro, cerró la ventana tras de sí. El frío del invierno se colaba por las rendijas de la ventana, pero el ambiente iba cargándose de una calidez prominente de la ternura. Pasamos hasta casi la madrugada hablando entre susurros para no advertir a nadie de que algo ocurría en esa estancia.
_ Me tengo que ir- eran las cuatro de la madrugada y pronto amanecería
_ ¿Volverás?- aún me quedaban esperanzas para volver a verle.
Y con una sonrisa encantadora respondió- desde luego- para al final deslizarse hacia abajo y tocar el suelo, para adentrarse en la oscuridad de la noche.
_Hasta que nos volvamos a ver…-estas últimas palabras quedaron suspendidas en el aire sin que nadie salvo yo pudiera oírlas.
Los días siguientes se puso en marcha en la casa el plan Navidad. El plan Navidad consistía en adornar la casa y hacer un bonito árbol navideño. La casa tenía que lucir en todo su esplendor, por lo tanto…las lámparas tenían que estar bien lustres para que su luz brillara con más intensidad de lo habitual. Se celebraban grandes fiestas. Todas las personas invitadas eran aristócratas por lo que su atuendo era de lo más elegante y caro. Eran fiestas muy aburridas. La gente se pasaba toda la fiesta yendo de un lado al otro de la gran sala parloteando, comiendo y bebiendo como no lo hacían durante el resto del año. Hasta que llegó el muy querido fin de año para muchos. En el fin de año, a las doce de la noche, la gente pedía deseos para el siguiente año mientras iba con cuidado de no atragantarse con alguna de las doce uvas que se tomaban con motivo de felicidad y prosperidad. Para mi…era cualquier otra noche aburrida y excéntrica que se habían inventado los adultos para regodear las riquezas que poseía.
Pero ese año, todo eso cambiaria. Por el mero hecho de estar junto a la ventana de mi habitación y ver a mi príncipe azul en el reflejo del cristal, justo detrás de mí, observándome con una mirada fuera de lo común. Me giré lentamente evitando dar la vuelta demasiado rápido o hacer que esa maravillosa ilusión desapareciera. Pero no lo hizo. Nuestros ojos se encontraron, el entorno era perfecto y cargado de amor. Parecía que el cuento de hadas con el que tanto había soñado, se hacía realidad.
_Ya pasan cinco minutos de las doce. ¡Feliz año nuevo!
_Feliz año a ti también-sonreí, me bastaba con tenerlo a mí lado.
_Me he propuesto…hacer algo que no hice el año pasado. Y algo de lo que me arrepiento profundamente de no haber hecho.
Se acercó a mí. Me agarró de la cintura y sus cálidos labios se posaron en los míos ofreciéndome una seguridad que no tenia fin alguno. No después de descubrir que él también era hijo de gente como mi familia, por lo tanto, el resto de los años que estuvimos juntos nadie lo vio mal. Y los problemas se acabaron.
_Lo único que siempre desee lo conseguí en una sola noche. En una preciosa noche dónde la luna brillaba con su mayor intensidad y el viento helaba todo aquello que rozaba. Pero nuestros corazones conocieron la unión eterna. Fue el deseo, de una noche de cuento…
FIN
Este es un relato navideño que escribí cuando tenía 16 años, espero que os guste:)
1 pétalo(os):
¿Cómo es que escribes tan bien a esa edad?
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