Supongo que la vida no nos da siempre lo que queremos y nos separa de las personas que más amamos en este mundo, de las personas que siempre nos acompañan, que siempre están ahí.
Puede sonar muy frívolo mientras estoy aquí, medio tumbada y rodeada de lujos vestida con una bata de seda. Pero no todo fue oro y riquezas a mí alrededor. Hubo una época, en mi adolescencia, en la que apareció una persona, que siempre estaría ahí para mí, de la manera que fuese. Pero siempre lo encontraría entre la multitud.
Cerré los ojos, y me trasladé a aquel momento, que cambio mi vida.
Me lo quedé mirando por varios segundos. Desde que conocí a Matt en la escuela de interpretación, se había convertido en uno de mis mejores amigos.
Aún recordaba cómo nos conocimos…
Era invierno, hacía cuatro meses que había empezado el curso. Yo quería bailar, esa era mi única y verdadera meta en la vida, pero, si sabia interpretar, quizás podría subirme, algún día, en un escenario en Broadway bailando y actuando. Eso sería espectacular. Por eso me metí en la escuela.
Había hecho un par de amigas con las que salía de vez en cuando, pero no eran de mi total confianza, pero me lo pasaba bien con ellas.
Aún así, un par de semanas después de navidad, se celebraba el día del fundador. Y a mí me toco ir a por el decorado, y con un poco de suerte, iba, lo dejaba y me fugaba de ese lugar para ir luego a mí lugar favorito. Una habitación que había en la escuela con una gran vitrina de cristal, un ventanal que daba al jardín detrás de la escuela, lleno de árboles, arbustos, hierba y muchas flores, en el centro, un precioso lago. En esa misma aula, había otra pared, la mitad de grande que la anterior con un enorme espejo, en el que me encantaba bailar frente a él. De esa manera podía ver mis fallos, y mejorarlos.
Y ahí me encontraba yo, encerrada en ese castillo que teníamos por escuela. Abrigadísima. Estábamos en pleno invierno, y después de tantísimo tiempo esperando a que nevera, al final ocurrió ese año y había un par de palmos de nieve acumulados, lo que hacía difícil moverse con libertad por los jardines de la escuela. Me dirigía con paso lento a través de un pasillo de piedra cubierto del piso de abajo. Entre por un portón y empecé a entrar en calor al entrar, al fin, dentro del edificio. Subí por unas escaleras de caracol, hasta conseguir acceder al piso superior. Uno vez allí, me propuse buscar el cuarto de los adornos, pero algo me condujo, sin prestar atención, al cuarto que yo buscaba. Una armónica y una melodía triste. Tan triste, que sin darme cuenta dejé que un par de tímidas lágrimas se deslizaran por mis mejillas. Entré, y encima de la repisa de la ventana, un joven se encontraba tocando mientras observaba la luna llena de esa noche. Un chico de pelo negro y unos ojos azul oscuro como la noche, piel pálida que contrastaba con el polo azul marino que llevaba.
La verdad, es que me sentí totalmente avergonzada al encontrarme con que no podía dejar de mirarle. No solo era…su todo, lo que me invitaba a mirarle, sino también la noche, la melodía…la pálida luz que se filtraba por la ventana reflejándose en el cuerpo del muchacho.
- ¿Querías algo?- dejó de tocar la melodía que tanto me estaba gustando, asustándome de repente con su pregunta.
- Na-nada- no me salían las palabras, aún llevaba el susto en el cuerpo.
- Entonces…lárgate
-Es…que…-dudé- he venido a por los adornos de navidad, para la fiesta- le expliqué.
- Y, ¿Por qué antes me has dicho “nada”?-enfatizó la última palabra y por primera vez, me miró.
- Me había asustado.
Cuando acabé de decir esta última frase, él se me acercó muchísimo, tanto que casi podía sentir su respiración. Me cogió por el mentón con su mano y me levantó la cabeza para que lo mirara directamente a los ojos.
- No entiendo, porque debería asustarte mi presencia.
- Bue-no, yo no esperaba encontrarte aquí.-le respondí.
Empezó a reírse tras soltarme el mentón y se echó hacia atrás poniendo sus dedos en el puente de la nariz mientras reía. Me miró por última vez y se marchó.
“Que rarito”-pensé.
Empecé a buscar entre las cajas y demás trastos que había por la habitación, hasta que encontré lo que andaba buscando. Lo llevé a la sala donde se hacían los preparativos, los dejé encima de la mesa central para que se viera bien. Y con mucho cuidado, me deslicé fuera del salón para poder ir a la sala de baile que tanto me gustaba.
Pero antes fui al jardín, escondiéndome detrás de un árbol, miré hacia arriba, agarré una rama y pegué un salto para llegar hasta un hueco del tronco del árbol para coger la mochila donde guardaba la ropa de baile para casos de emergencia, y este, era uno de ellos.
Me dirigí a la clase solitaria que tanto me gustaba, suspiré al encontrarme en aquel lugar y me fui a cambiar al vestuario que era contiguo a la sala.
Bien, una vez vestida, lista, y totalmente preparada, ahí, delante del espejo...me solté. Vuelta sobre mi propio eje, dejando el pie izquierdo en el mismo sitio y me estiro hacia delante, dejando únicamente el pie izquierdo en el suelo…
Unas manos rozaron levemente mis mejillas, poniéndome sobre los ojos una tela que me los tapó. Al principio me puse nerviosa, muy nerviosa. Pero enseguida unas fuertes manos me cogieron de la cintura, el aliento de la persona que poseía esas manos me erizó la piel. El peso de una mano deslizándose por mi pierna levantada me la hizo bajar.
De repente, me giró hacia él, quedando cara a cara con el hombre misterioso.
- ¿Tienes miedo?
- Mientras sepas bailar, y no me pises…no, creo que no.
- Muy graciosa…-su voz sonó a un suspiro.
No sé por cuánto tiempo estuvimos deslizándonos por el parquet de la sala, pero esas manos, ese cuerpo y todos los movimientos me hacían sentir que nada en mis movimientos era imposible, e incluso sentí un poco de vértigo cuando me levantó por encima de sus hombros, pero aún estando a un par de metros del suelo, seguía sintiéndome segura.
Al bajar, me hizo girar un par de veces mientras él tenía entre sus dedos, un extremo del pañuelo que había puesto sobre mis ojos quitándomelo por completo.
Cuando vi al chico…casi me da un ataque, era el mismo que había visto en la sala de los adornos. Nos manteníamos a un par de metros de distancia, uno del otro, sin emitir palabra alguna.
Pero eso daba igual, a pesar de lo mal que me había caído al principio con ese aire de grandeza que había dado, en ese baile, que duró solo unos minutos, me transmitió lo suficiente como para darme cuenta de que podía contar siempre con él.
Un verano, en el que fui de viaje con mi familia él resultó ser originario del lugar y justo estaba cuando fuimos. Nos encontramos por casualidad en el festival de las flores de la isla.
A causa del trabajo de mis padres, el viaje que íbamos a pasar en familia, se convirtió en una aventura de dos.
-¿Quieres ir a nadar?-me había visto enojada y no hacía falta decirle porque, él ya lo sabía con solo mirarme.
-¿Dónde?-pregunté
-En esa dirección, al este de la isla-su sonrisa no parecía esconder ninguna mentira.
-Pero si no hay nada-bufé.
-Eso es lo que decís todos los turistas.
Mi mirada reflejaba algo que oscilaba entre la duda y el tomarlo por un loco, pero al final retuve mis impulsos de reírme de él y le seguí. Caminamos largo rato sin decir palabra, hasta que al cabo de media hora llegamos a una pequeña cala donde nos quitamos la ropa quedándonos con el traje de baño y nos zambullimos, para después salir a la superficie.
-Esta noche hay luna llena.
-¿Y? No creerás en algo tan estúpido como en las leyendas de hombres lobo-repliqué enfadada, estaba metida en el mar a altas horas de la noche y sin hacer nada, una gran pérdida de tiempo.
-No, ¿pero, crees en lo imposible?-me mostró una sonrisa socarrona y al final me hizo seguirle a través de las profundidades.
Llevábamos unas pequeñas bombonas de oxígeno que nos permitieron mantenernos sumergidos largo rato. No se veía nada, todo era oscuro. Pero al pasar unas enormes rocas, se descubrió ante nosotros un arrecife de coral que nos mostraba un espectáculo de luces a la luz de la luna.
Aunque no fue siempre felicidad. Años después, una noche, tras ganar el campeonato nacional de baile, tomamos unas copas de champan y después, cogimos el coche. Ese fue el error. Entre risas, Matt conducía por una carretera poco transitada, pero con muchas curvas y acantilados. En uno de los giros, un coche venia por el lado contrario, las luces desconcentraron a Matt, que al estar con unas copas de más, no pudo reaccionar y salimos de la carretera. Un fuerte impacto con un árbol nos salvó de la caída por el eterno acantilado. Yo llevaba un tiempo inconsciente, no sabía cuánto, pero cuando desperté, me encontré con el cuerpo sin vida de mi acompañante.
Durante varias noches, pensaba en los sucesos del pasado. Una de ellas no me di cuenta que la noche ya estaba bastante adelantada. Era la una de la madrugada y yo no había podido pegar ojo durante horas, el recuerdo de aquel día me perseguía.
De repente, empecé a escuchar unos pasos por el pasillo de mi piso, resonaban en el parque. Las pisadas, pronto fueron acompañadas por el tarareo de una canción que yo bien me conocía. Se llama: glicina. Como mi flor favorita y la había compuesto Matt para mí en mi dieciocho cumpleaños.
-Matt…-susurré.
Los pasos en el pasillos cesaron y el canto con él, entonces, una figura abrió la puerta de mi cuarto, la luz no me dejaba verle el rostro.
-Ayleen…-era su voz, y no me estaba volviendo loca.
-Matt, ¡eres tú!-mi voz sonó entusiasmada, y yo misma me sorprendí de volverla a escuchar.
-Sí, soy yo.
-No te vayas de mi lado de nuevo-supliqué.
-Jamás me he ido y no me iré, permaneceré siempre cerca, en tú corazón.
Tras decir estas últimas palabras, mi mejor amigo y único amor empezó a difuminarse, parecía polvo cristalino convertido en diamantes ante la tenue luz de la habitación.
Aquella vez, fue la última que lo volví a ver, pensé que jamás me recuperaría, pero esas palabras, sus últimas palabras, me dieron fuerza para continuar. Acabé mis estudios en el colegio al que íbamos, y cumplí mi sueño, justo ahora, estoy subida en un escenario de Broadway, saludando al público que aplaude, envolviéndome en un coro de tierno cariño.
Pero entre las luces de los focos, logro distinguir, después de cinco años, a aquel ángel que siempre me acompaña.
-Porque siempre fuiste tú.
Aunque lo dije en voz alta, ante el clamor del público, nadie lo escucho. Pero puede ver como él formaba una dulce sonrisa en su rostro.
Puede sonar muy frívolo mientras estoy aquí, medio tumbada y rodeada de lujos vestida con una bata de seda. Pero no todo fue oro y riquezas a mí alrededor. Hubo una época, en mi adolescencia, en la que apareció una persona, que siempre estaría ahí para mí, de la manera que fuese. Pero siempre lo encontraría entre la multitud.
Cerré los ojos, y me trasladé a aquel momento, que cambio mi vida.
Me lo quedé mirando por varios segundos. Desde que conocí a Matt en la escuela de interpretación, se había convertido en uno de mis mejores amigos.
Aún recordaba cómo nos conocimos…
Era invierno, hacía cuatro meses que había empezado el curso. Yo quería bailar, esa era mi única y verdadera meta en la vida, pero, si sabia interpretar, quizás podría subirme, algún día, en un escenario en Broadway bailando y actuando. Eso sería espectacular. Por eso me metí en la escuela.
Había hecho un par de amigas con las que salía de vez en cuando, pero no eran de mi total confianza, pero me lo pasaba bien con ellas.
Aún así, un par de semanas después de navidad, se celebraba el día del fundador. Y a mí me toco ir a por el decorado, y con un poco de suerte, iba, lo dejaba y me fugaba de ese lugar para ir luego a mí lugar favorito. Una habitación que había en la escuela con una gran vitrina de cristal, un ventanal que daba al jardín detrás de la escuela, lleno de árboles, arbustos, hierba y muchas flores, en el centro, un precioso lago. En esa misma aula, había otra pared, la mitad de grande que la anterior con un enorme espejo, en el que me encantaba bailar frente a él. De esa manera podía ver mis fallos, y mejorarlos.
Y ahí me encontraba yo, encerrada en ese castillo que teníamos por escuela. Abrigadísima. Estábamos en pleno invierno, y después de tantísimo tiempo esperando a que nevera, al final ocurrió ese año y había un par de palmos de nieve acumulados, lo que hacía difícil moverse con libertad por los jardines de la escuela. Me dirigía con paso lento a través de un pasillo de piedra cubierto del piso de abajo. Entre por un portón y empecé a entrar en calor al entrar, al fin, dentro del edificio. Subí por unas escaleras de caracol, hasta conseguir acceder al piso superior. Uno vez allí, me propuse buscar el cuarto de los adornos, pero algo me condujo, sin prestar atención, al cuarto que yo buscaba. Una armónica y una melodía triste. Tan triste, que sin darme cuenta dejé que un par de tímidas lágrimas se deslizaran por mis mejillas. Entré, y encima de la repisa de la ventana, un joven se encontraba tocando mientras observaba la luna llena de esa noche. Un chico de pelo negro y unos ojos azul oscuro como la noche, piel pálida que contrastaba con el polo azul marino que llevaba.
La verdad, es que me sentí totalmente avergonzada al encontrarme con que no podía dejar de mirarle. No solo era…su todo, lo que me invitaba a mirarle, sino también la noche, la melodía…la pálida luz que se filtraba por la ventana reflejándose en el cuerpo del muchacho.
- ¿Querías algo?- dejó de tocar la melodía que tanto me estaba gustando, asustándome de repente con su pregunta.
- Na-nada- no me salían las palabras, aún llevaba el susto en el cuerpo.
- Entonces…lárgate
-Es…que…-dudé- he venido a por los adornos de navidad, para la fiesta- le expliqué.
- Y, ¿Por qué antes me has dicho “nada”?-enfatizó la última palabra y por primera vez, me miró.
- Me había asustado.
Cuando acabé de decir esta última frase, él se me acercó muchísimo, tanto que casi podía sentir su respiración. Me cogió por el mentón con su mano y me levantó la cabeza para que lo mirara directamente a los ojos.
- No entiendo, porque debería asustarte mi presencia.
- Bue-no, yo no esperaba encontrarte aquí.-le respondí.
Empezó a reírse tras soltarme el mentón y se echó hacia atrás poniendo sus dedos en el puente de la nariz mientras reía. Me miró por última vez y se marchó.
“Que rarito”-pensé.
Empecé a buscar entre las cajas y demás trastos que había por la habitación, hasta que encontré lo que andaba buscando. Lo llevé a la sala donde se hacían los preparativos, los dejé encima de la mesa central para que se viera bien. Y con mucho cuidado, me deslicé fuera del salón para poder ir a la sala de baile que tanto me gustaba.
Pero antes fui al jardín, escondiéndome detrás de un árbol, miré hacia arriba, agarré una rama y pegué un salto para llegar hasta un hueco del tronco del árbol para coger la mochila donde guardaba la ropa de baile para casos de emergencia, y este, era uno de ellos.
Me dirigí a la clase solitaria que tanto me gustaba, suspiré al encontrarme en aquel lugar y me fui a cambiar al vestuario que era contiguo a la sala.
Bien, una vez vestida, lista, y totalmente preparada, ahí, delante del espejo...me solté. Vuelta sobre mi propio eje, dejando el pie izquierdo en el mismo sitio y me estiro hacia delante, dejando únicamente el pie izquierdo en el suelo…
Unas manos rozaron levemente mis mejillas, poniéndome sobre los ojos una tela que me los tapó. Al principio me puse nerviosa, muy nerviosa. Pero enseguida unas fuertes manos me cogieron de la cintura, el aliento de la persona que poseía esas manos me erizó la piel. El peso de una mano deslizándose por mi pierna levantada me la hizo bajar.
De repente, me giró hacia él, quedando cara a cara con el hombre misterioso.
- ¿Tienes miedo?
- Mientras sepas bailar, y no me pises…no, creo que no.
- Muy graciosa…-su voz sonó a un suspiro.
No sé por cuánto tiempo estuvimos deslizándonos por el parquet de la sala, pero esas manos, ese cuerpo y todos los movimientos me hacían sentir que nada en mis movimientos era imposible, e incluso sentí un poco de vértigo cuando me levantó por encima de sus hombros, pero aún estando a un par de metros del suelo, seguía sintiéndome segura.
Al bajar, me hizo girar un par de veces mientras él tenía entre sus dedos, un extremo del pañuelo que había puesto sobre mis ojos quitándomelo por completo.
Cuando vi al chico…casi me da un ataque, era el mismo que había visto en la sala de los adornos. Nos manteníamos a un par de metros de distancia, uno del otro, sin emitir palabra alguna.
Pero eso daba igual, a pesar de lo mal que me había caído al principio con ese aire de grandeza que había dado, en ese baile, que duró solo unos minutos, me transmitió lo suficiente como para darme cuenta de que podía contar siempre con él.
Un verano, en el que fui de viaje con mi familia él resultó ser originario del lugar y justo estaba cuando fuimos. Nos encontramos por casualidad en el festival de las flores de la isla.
A causa del trabajo de mis padres, el viaje que íbamos a pasar en familia, se convirtió en una aventura de dos.
-¿Quieres ir a nadar?-me había visto enojada y no hacía falta decirle porque, él ya lo sabía con solo mirarme.
-¿Dónde?-pregunté
-En esa dirección, al este de la isla-su sonrisa no parecía esconder ninguna mentira.
-Pero si no hay nada-bufé.
-Eso es lo que decís todos los turistas.
Mi mirada reflejaba algo que oscilaba entre la duda y el tomarlo por un loco, pero al final retuve mis impulsos de reírme de él y le seguí. Caminamos largo rato sin decir palabra, hasta que al cabo de media hora llegamos a una pequeña cala donde nos quitamos la ropa quedándonos con el traje de baño y nos zambullimos, para después salir a la superficie.
-Esta noche hay luna llena.
-¿Y? No creerás en algo tan estúpido como en las leyendas de hombres lobo-repliqué enfadada, estaba metida en el mar a altas horas de la noche y sin hacer nada, una gran pérdida de tiempo.
-No, ¿pero, crees en lo imposible?-me mostró una sonrisa socarrona y al final me hizo seguirle a través de las profundidades.
Llevábamos unas pequeñas bombonas de oxígeno que nos permitieron mantenernos sumergidos largo rato. No se veía nada, todo era oscuro. Pero al pasar unas enormes rocas, se descubrió ante nosotros un arrecife de coral que nos mostraba un espectáculo de luces a la luz de la luna.
Aunque no fue siempre felicidad. Años después, una noche, tras ganar el campeonato nacional de baile, tomamos unas copas de champan y después, cogimos el coche. Ese fue el error. Entre risas, Matt conducía por una carretera poco transitada, pero con muchas curvas y acantilados. En uno de los giros, un coche venia por el lado contrario, las luces desconcentraron a Matt, que al estar con unas copas de más, no pudo reaccionar y salimos de la carretera. Un fuerte impacto con un árbol nos salvó de la caída por el eterno acantilado. Yo llevaba un tiempo inconsciente, no sabía cuánto, pero cuando desperté, me encontré con el cuerpo sin vida de mi acompañante.
Durante varias noches, pensaba en los sucesos del pasado. Una de ellas no me di cuenta que la noche ya estaba bastante adelantada. Era la una de la madrugada y yo no había podido pegar ojo durante horas, el recuerdo de aquel día me perseguía.
De repente, empecé a escuchar unos pasos por el pasillo de mi piso, resonaban en el parque. Las pisadas, pronto fueron acompañadas por el tarareo de una canción que yo bien me conocía. Se llama: glicina. Como mi flor favorita y la había compuesto Matt para mí en mi dieciocho cumpleaños.
-Matt…-susurré.
Los pasos en el pasillos cesaron y el canto con él, entonces, una figura abrió la puerta de mi cuarto, la luz no me dejaba verle el rostro.
-Ayleen…-era su voz, y no me estaba volviendo loca.
-Matt, ¡eres tú!-mi voz sonó entusiasmada, y yo misma me sorprendí de volverla a escuchar.
-Sí, soy yo.
-No te vayas de mi lado de nuevo-supliqué.
-Jamás me he ido y no me iré, permaneceré siempre cerca, en tú corazón.
Tras decir estas últimas palabras, mi mejor amigo y único amor empezó a difuminarse, parecía polvo cristalino convertido en diamantes ante la tenue luz de la habitación.
Aquella vez, fue la última que lo volví a ver, pensé que jamás me recuperaría, pero esas palabras, sus últimas palabras, me dieron fuerza para continuar. Acabé mis estudios en el colegio al que íbamos, y cumplí mi sueño, justo ahora, estoy subida en un escenario de Broadway, saludando al público que aplaude, envolviéndome en un coro de tierno cariño.
Pero entre las luces de los focos, logro distinguir, después de cinco años, a aquel ángel que siempre me acompaña.
-Porque siempre fuiste tú.
Aunque lo dije en voz alta, ante el clamor del público, nadie lo escucho. Pero puede ver como él formaba una dulce sonrisa en su rostro.
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Bravo!!!
Cris has mejorado un montón, tengo el bello de punta xD
aishhh, no pares de escrbir eres una artista!!
Siempre es un bueno saber que hay gente que lo lee, que le gusta y que disfruta con ello. Y quien mejor que una amiga...Gracias!^^
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